Cuando el grupo se acercó a la catarata, los indios dieron gritos, esgrimiendo sus armas, porque ellos estuvieron muy cerca de sus país, donde se sintieron a salvo. Tres de ellos se desaparecieron en el bosque por un rato y regresaron con unas bolas de resina blanca, espesa y pegajosa. Imitando a los indios, Alex y Nadia se frotaron las palmas de las manos y los pies con esa resina y comprendieron su utilidad....fue como llevar botas y guantes de goma adhesiva. Para alcanzar a las tierras altas, el grupo tuvo que trepar por el espacio estrecho entre la cascada y las paredes de la montaña. La cascada, que formó una cortina sólida de agua, fue muy cerca de sus espaldas. El rugido del agua fue tal que resultó imposible comunicarse y la visibilidad fue casi nula porque el vapor de agua convirtió el aire en densa bruma. Los muchachos siguieron a los indios lo más cerca posible, porque los guerreros supieron exactamente dónde pisar y cómo usar las muescas naturales o talladas de las paredes de la montaña. Nadia trató de ignorar la altura que le dió el vértigo, concentrando su mente en el próximo movimiento de su pie o su mano, uno a la vez, sin apuro y sin perder el ritmo. A medida que ellos subieron, la visibilidad aumentó pero la distancia entre la catarata y la montaña se redució. Justo cuando Alex y Nadia se preguntaron cómo hicieron continuar el ascenso, las muescas en la roca se desviaron hacia la derecha. Alex sintió que alguien lo cogió por ma muñeca y lo tiró hacia arriba. Él se impulsó con todas sus fuerzas y aterrizó en una cueva de la montaña donde ya estuvieron los indios. TIrando de la cuerda, él alzó a Nadia, quien cayó encima de él en la cueva. Mirando a la boca de la cueva que tuvo una cortina sólida de agua, Alex admiró el increíble valor de los primeros indios, quienes se aventuraron detrás de la cascada y descubrieron esa cueva, de esta manera abrieron el camino para sus descendientes.
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