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El título de este artículo abre las puertas de tantos senderos de pensamientos, algunos que son positivos y divertidos, mientras hay otros que son más complejos y inquietantes. Obviamente hay un montón de otras posibilidades, pero en aras de brevedad creo que sería mejor restringirlas a solamente unas pocas.
Puesto que las reacciones a un cuento dependen de la interpretación del lector, al comenzar a leer uno, es difícil saber por cuál puerta vas a entrar.
Mis padres abrieron la primera puerta por donde entré y escuché a los cuentos de la infancia. Esos trataron de enseñarme, sin asustarme de mi ingenio, la importancia de buen compartimento, empatía y respeto por el prójimo y por los animales.
Entré por la segunda puerta cuando empecé a leer los cuentos de hadas en mi libro escrito por los Hermanos Grimm. Me gustaron mucho los cuentos con dibujos gráficos pero a veces lograron de darme algunas pesadillas, uno en particular fue el cuento sobre el Barba Azul.
Sin embargo, esos y otros clásicos juveniles nunca me asustaron tanto como el libro que descubrí detrás de la tercera puerta y comencé a leer en mi pre-adolescencia. Los cuentos del Antiguo Testamento me horrorizaron y me quedaron en blanco hasta que mi madre averiguó lo que me molestaba tanto y me dijo que aunque había muchas reglas útiles en la Biblia, los castigos podían ser demasiados severos y por eso, yo no debería hacer tanto caso a ese libro pasado de moda.
En cambio, por esa memoria de leer la Biblia, puedo inclinar la cabeza al refrán de los indígenas americanos que dice “Quien narra el cuento, gobierna el mundo”. Para mi, el problema es cuando los cuentos intentan gobernar a través del miedo, un método que creo que los líderes de las religiones utilizan con demasiada frecuencia.
No me molesta un poco de miedo en los cuentos porque es un hecho de la vida, pero no quiero que el miedo sea mi guía ni mi gobernador.
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