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Me pregunto qué descubriría si pudiera transformarme en un antropólogo por una noche e ir a un restaurante a la moda para observar a la gente. ¿Describiría con imparcialidad el comportamiento de aquellos sentados en una mesa cercana para quienes es una ocasión de hablar y beber y no de disfrutar la conversación y buena comida? ¿Cómo reaccionaría a la competencia intensa de ser la voz dominante de la mesa, de hablar más rápido y más fuerte de los demás? Por supuesto, notaría que participar en esta contienda requiere energía y que la fuente preferida de energía es el alcohol y cuanto más, mejor. Pero verme así, como antropólogo, es nada más que un ardid para esconder la molestia que siento por los comensales ruidosos que a veces encuentro en un restaurante. En esto, mis comentarios duros no son muy diferentes de los del propietario vasco, el Sr. Arginzoniz, a quien le molesta la gente que “tiene el atrevimiento de sacar la lengua a pasear y encima escribir.”
Al leer este artículo, trataba de recordar cómo era el mundo gastronómico cuando era joven. Primero, en los restaurantes de aquella época no había tanta gente joven ostentando tantas talegas. Segundo, cenar en un restaurante elegante era una experiencia particular. Por cierto, había gente adinerada que salía a disfrutar un banquete suntuoso, pero normalmente eran noches tranquilas, íntimas y decorosas. Pero puede ser que la memoria me falle, o tal vez es que mis gustos son de otro tiempo.
El artículo del Sr. Medina parece el argumento legal en defensa de los derechos de un acusado criminal: el bocachancla. Sí, su comportamiento es reprobable, pero debemos verlo a la luz de un contrato tácito. Estoy de acuerdo con su pretexto: no es cómodo cenar junto a personas cuyas acciones parecen llamativas, pero encontrarse con este tipo de comensal es un riesgo que tomamos incluso en los restaurantes elegantes. Para complementar “los tres principios básicos del contrato tácito” para el restaurador, propongo tres para el comensal: si vas a un restaurante por primera vez, haga un poco de investigación antes de visitarlo (aunque el declive del periodismo local puede dejarnos con poco más que las reseñas de “los mentideros virtuales”); si pides algo que no es a tu gusto, modera tu reacción; e ignora la distracción de los demás comensales lo mejor que puedas. Este contrato no es una garantía para una cena exitosa, pero tampoco es pedir callos a la madrileña sin saber lo que es.
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