La clase de Carmen, 6 de marzo, 2020

[Mary Moycik]

Un invierno, mis hermanos y yo arropamos en nuestros abrigos, gorros, guantes y bufandas y caminamos a una charca para patinar sobre hielo.  Había mucha nieve en la tierra y el cielo estaba llena de nubes con más nieve. 

 

En la charca, había otros niños y algunos jóvenes y adultos.  Mis hermanos y yo quitamos las botas y nos ponemos los patines de hielo y comenzamos a patinar.  No patinamos bien, porque yo tenía cinco años, mi hermano seis y mi hermana siete.  Estábamos muy fluctuantes. 

 

Había un hombre que nos dijo que no debamos patinar cerca una cierta sección porque el hielo era flaco y débil.  Por supuesto, eso era exacto donde yo decidí patinar, y puedes imagino que pasó.  El hielo se rompió y me caí en el agua.  Puedo recordar estando en el agua y mirando arriba al hielo.  ¡Necesité encontrar el hueco donde me caí y muy rápidamente! 

 

En este momento, no lo supe, pero el hombre que dijo no patinar allí dijo a mis hermanos que no debieron ayudarme porque ellos se caerían también.  Pero mi hermana no le escuchó y patinó al hueco a salvarme.  Puedes imagino que pasó.  ¡Ella también se cayó!

 

En fin, nada mal pasó.  Todo era bien.  Mi hermana y yo trepamos del agua en un lugar donde el hielo era grueso y fuerte.  Tuvimos que caminar en el aire frio con ropa mojada y fría, pero vivimos solamente una cuadra de allí.  Cambiamos la ropa para ropa seca y cómodo y tomamos chocolate caliente.