La clase de Carmen: La tarea 21 septiembre 2022

[Harriet Fotis]

Lector: Por favor, lea primero el blog de Carolyn

Cuando Cristóbal Colón vio Cuba por primera vez en 1492, quedó tan impresionado con la belleza de la isla, su brillante sol y su intensa vegetación verde contrastada contra la mar turquesa, que escribió en su diario que ésta es “la tierra más hermosa que los ojos humanos han visto jamás”.  Y casi 450 años después, cuando nuestros protagonistas ven por primera vez el puerto de La Habana, ellos también tienen la misma reacción que el famoso explorador, quedan “hipnotizados por aquella sublime belleza”.

El bote que transporta a los niños refugiados es recibido por multitudes en el muelle que cantando canciones y ondean banderas republicanas.  Todos, los niños, los cuidadores y los maestros, están emocionados de finalmente poder bajar del bote y pisar tierra firme nuevamente.  Se visten con sus mejores ropas y se forman en sus líneas para marchar enérgicamente hacia el muelle.  Pero de mal gana, el capitán tiene que decirles que no pueden abandonar el barco.  Explica que no están autorizados, que solo ciertas personas tienen permiso para desembarcar.  Así, los niños pasaron su tarde en La Habana sentados en el cubierta y mirando la ciudad de lejos. 

Más tarde ese día, mientras el barco se prepara para desembarcar, Marco y sus amigos notan que el capitán y algunos de los miembros de la tripulación están discutiendo.  Parece que Ernesto Madero, el joven que salvó a Ana durante el huracán, no ha regresado al barco.  La tripulación no quiere irse sin él, pero el capitán insiste en que zarpen.  Los niños, que aman a Ernesto, corren a cubierta con la esperanza de salvar los muebles gritando “¡Que vuelva a Madero!"  De repente, alguien lo ve entre la multitud de abajo.  La delegación mexicana sale a hablar con la policía y finalmente, Ernesto es permite a bordo y el barco zarpa hacia su destino final, Veracruz.

Cuando no se les permitió bajar del barco, Marco comenta que el actual líder cubano, el dictador Fulgencio Batista, probablemente no estaba muy contento con las multitudes que aclamaban a un grupo de niños “rojos”.  Probablemente tenía razón.  Dieciséis años después, Batista fue derrocado por la revolución comunista en Cuba dirigida por Fidel Castro.  Esto a su vez desencadenó una reacción en cadena que resultó en que la exiliada comunidad cubana en los Estados Unidos se convirtiera en uno de los grupos de presión políticos más fuertes y conservadores del país.